Tamara y la cometa

A la larga y sin habérseme dado nunca la alternativa contraria, había aprendido a convivir con la soledad. Y era una vida aceptablemente vivible, si se me permite el término. Ni muy feliz ni muy muy triste. La cómoda cotidianidad de los días que pasaban ordenaditos, uno de tras del otro, con la inercia justa como para no sentirme del todo mal, como para no sentirme absolutamente estancado en la vida.

Y precisamente a causa de mi amplia experiencia con la soledad, me costaba (y aun me cuesta) construir una real relación con "el otro". Los solitarios tendemos a ser amables, e incluso a caer bien. Pero un amigo no es solo alguien que "cae bien". Y en mi caso, nunca he podido entender ni distinguir el momento clave, ese instante en que una relación, cualquiera que fuese su naturaleza, cruza la frontera del asfixiante terreno de la nada hacia el inexplorado territorio del amigo.

Mis días se dividían casi que espontáneamente y sin dificultad entre el estudio universitario y las absorbentes prácticas laborales. Por esos tiempos había aprendido a compaginar de una manera relativamente solvente la elaboración de mi tesis con el trabajo que se me asignaba en un estudio de arquitectura, una empresa unipersonal, agobiante y excitante.

Entonces apareció Tamara.

Y fue un hito en mi existencia, porque su manera de relacionarse no se ajustaba a ninguno de los parámetros anteriores de referencia que había acumulado en mi experiencia. De repente, era como si fuésemos viejos amigos, hablando con una naturalidad sobre la familia, el futuro y las relaciones sexuales. Tamara bebía cerveza con ganas, le gustaban los museos, paseaba por los jardines de flores y era patológicamente adicta a las fotos. Ah, y tenía novio.

Los días con Tamara eran diferentes. Eran como salir a pescar, y yo como alguien que no sabía muy bien como pescar. O como volar cometa, aun cuando nunca antes lo había hecho. ¿Tenso la cuerda? ¿La enrollo más? ¿Es hoy un buen día para volar? ¿No estoy muy cerca de las líneas de alta tensión? ¿Acaso terminaré electrocutado?

Increíblemente y a pesar de mi inexperiencia, la cometa voló alto durante algún tiempo. Pero no pasó mucho tiempo antes de que las variables que antes habían mostrado una inusitada autonomía al conjugarse y coordinarse milagrosamente, igualmente empezaran a divergir. Y yo, pobre aprendiz de cometero, no tenía ni el conocimiento ni la pericia para saber que hacer, ni cómo evitar los cada vez más frecuentes choques de mi cometa con el suelo. Y peor aún: Para ese entonces también empecé a descubrir que no hallaba ningún particular placer en volar cometa.

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