Cataratas
Allí recostado sobre la cama solo miraba por la ventana. La habitación
estaba impecablemente limpia, ordenada sin ninguna decoración. Nada evocaba la
idea de pertenencia o de propiedad, era la habitación mas anodina del mundo. Lo
único que se movía acompasadamente era el pecho del anciano, inflándose y desinflándose
ante cada respiración.
El iris de sus ojos era claro, clarísimo.
Ya era casi transparente, color catarata y agua. Y solo captaban desde la
ventana una pradera verde y un solo árbol a la distancia. Y la luz del sol,
claro. Y de repente el paisaje se emborrona, y tiembla violentamente. Mil
brillos empiezan a surgir, el verde del pasto comienza a entremezclarse con el
azul del cielo, todo se sacude como gelatina. Pero la habitación y el cuerpo
del viejo siguen muy quietos.
Entonces las lágrimas brotan sin control,
picando la mejilla insensible del viejo. Y el paisaje adquiere cierta quietud
entre gota y gota, mientras el anciano no puede sino morderse la lengua. Son
sus últimas horas, pero no tiene ni una sola historia en su vida que valga la
pena recordar.
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