Tiempos

Y entonces vi a toda esa gente, entrecruzándose y con los ojos perdidos. Los percibía como si les hicieran falta vitaminas, o por lo menos, un poco de sol. Subí el volumen de la música y traté de pasar desapercibido (es decir, más que de costumbre) mientras atravesaba la plazoleta llena de humo de tabaco y café, hojaldre y chicle. 

Cuando entré a la oficina, interrumpí a la chica en su proceso de beber una tacita llena de agua caliente y hierbas oscuras. Incomoda, firmó y selló el papel de gran importancia que descuidadamente yo había arrugado al meterlo en el morral sin carpeta, se medio sonrió y dejo de verme. Y se sumergió en su taza.

En la plazoleta todo seguía igual. Un par de chicas se reía de las ocurrencias del más guapo de los profesores. Desde los salones se veían a los más aplicados escribiendo en sus libretas. Estaba todo como inmerso en una gota de agua, una muy nítida y opaca que los absorbía a todos. Incluso, cuando hablaban, burbujitas de oxigeno salían de sus bocas.


Atravesé esa gota una tarde con mi piel impermeable. Y no me mojé ni un poquito.




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