Por la ciudad
Para A.M. e I.
“Lo que pasa es que se creen sabios -dice de golpe-. Se creen sabios porque han juntado un montón de libros y se los han comido. Me da risa, porque en realidad son buenos muchachos y viven convencidos de que lo que estudian y lo que hacen son cosas muy difíciles y profundas. En el circo es igual, Bruno, y entre nosotros es igual. La gente se figura que algunas cosas son el colmo de la dificultad, y por eso aplauden a los trapecistas, o a mí. Yo no sé qué se imaginan, que uno se está haciendo pedazos para tocar bien, o que el trapecista se rompe los tendones cada vez que da un salto. En realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento. Mirar, por ejemplo, o comprender a un perro o a un gato. Esas son las dificultades, las grandes dificultades.”
El
perseguidor, Julio Cortázar
“La mañana estaba particularmente nublada y fría, y en el
cielo a las montañas se les perdía su cima mientras los ciclistas, más abajo,
comenzaban a pedalear por la antigua ruta de la sal indígena. Decenas de carros
con salpicón y dulces, jugos de naranja y trozos de piña, llantas y parches
para bicicleta se sumaban rápidamente a los más madrugadores con sus puestos de
libros, juguetes y antigüedades sobre tapetes de bolsas plásticas y sombrillas
por si la lluvia.
Cada tantos pasos se ubicaba un artista con sus lienzos y
sus papeles para retratar a los miles de ciudadanos y a sus perros con los
colores más vivos de la capital, producto de las tizas, las acuarelas y las
tintas. Y los colores se mezclaban con los sonidos de los parlantes que
ofrecían ropa y películas, las mejores compilaciones de baladas ochenteras y
las emisoras de salsa.
En las calles abundan las ruedas: patines, patinetas,
ciclas, triciclos, monopatines… Algunos van a toda velocidad, pasando en apenas
segundos por entre los grupos de caminantes sin alcanzar a oler los pandebonos
ni los buñuelos que los panaderos recién sacan del horno para el desayuno.
La ciudad se siente diferente. Más tranquila, más serena,
más sonriente. Es otra cuando los buses y los autos no saturan de humo y ruido
el espacio, cuando los horarios de oficina no apuran al caminante ni los
edificios amenazan con explotar de actividad.
En el cielo y en el suelo las palomas aletean de alegría
ante los niños y los ancianos que siembran con maíz el pavimento de los
parques. También comparten el aire con las palomas las miles de burbujas de
jabón, que una chica pago con un billete de mil, en el que alguien garabateo un
"te quiero" sin saber nunca si el mensaje fue leído por su
destinatario.
Después de un rato el tiempo empieza a difuminarse. Ya no
se puede medir en minutos y segundos, sino según los pasos que se den y
dependiendo de los pensamientos que nacen en el momento. Bogotá es como un
organismo que respira y que se estremece, que a veces tiene miedo y
frecuentemente llora con aguaceros huracanados, lleno de personitas que piensan
y sienten; Esta rebosante de vida, de esa que vale la pena vivirla.”
Después
de terminar de escribir su informe, el anciano dobló hasta en cuatro ocasiones
la carta, la empacó en un sobre y lo selló con colbón barato. Una página más.
Ahora sería parte de su enorme colección, parte del eterno libro que nunca
publicó y que modestamente pretendía ser la guía más completa que nunca existió
sobre Bogotá.
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