Boston (I)

Creciste.

Para los que no somos supersticiosos, comprar un número de lotería no tiene mucho sentido. Los horóscopos se leen por curiosidad, las velas amarillas alumbran igual y los encuentros son pura casualidad. Pero hay una única ley que es invariable, aunque suene como una predicción de esas en las que no (queremos) creer: Ser niños es cosa de un suspiro.

Dentro de una nebulosa, recuerdo desear ser grande para poder acostarme hasta tarde. A veces se siente como si tus amigos del jardín fueran a aparecer, como todos los días, mañana en la mañana cuando llegues al salón de clase. Acuérdate que la ruta pasa temprano, casi a las seis, y que te tienes que acostar temprano. Que tu mamá te compro unos guantes negros, para que no pases frío con el helado viento matutino. Que los primeros rayos de sol que se asoman por la ventana del bus son asombrosamente cálidos, y que con ellos nunca jamás te vas a insolar.

¿Recuerdas a aquella chica del otro salón, esa que te gustaba? No lo ibas a aceptar nunca, obvio. Lo último que quisieras es que tus compañeros te cantaran canciones de amor. Cosa que de hecho hacían aunque fuera con otra persona, pues es ley de vida que un Daniel tiene que casarse con una Daniela.

Hiciste parte de un baile, actuaste en una obra de teatro, eras parte del equipo de fútbol, básquet, atletismo y volley. Y cantabas en el coro. 

Tenías un grupo de amigos que era capaz de reunirse toda una mañana a darle patadas a una botella plástica y de jugar a los tazos con trozos de metal. De arrojar tapas de yogur y barcos de papel en los canales de agua cuando llovía para competir en una maratónica competencia de navegación. Había peleas, como no iban a haberlas. Peleas que duraban un recreo y hasta la hora del almuerzo, donde de nuevo se chocaban las manos en un piedra, papel o tijera conciliador.

Habían unas rocas con unos brillos particulares que valían oro y que debías de proteger de las chicas. Habían lazos, largos tubos con polvo dulce de colores y marranitos dentro de cajas de tic tac. 

Ocurre que cuando miras atrás, encuentras sentido. Te vuelves más consciente de lo que viviste. Extrañas. 

Creciste.



*Para los que no saben de marranitos.

Comentarios

  1. Después de crecer que sigue?
    Creer?
    Quizás.

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  2. "Se dice que el tiempo no se para, que nada detiene su marcha incesante, es con estas mismas y siempre repetidas palabras que se dice, y a pesar de todo no deja de haber gente que se impacienta con su lentitud, veinticuatro horas para completar un día, imagínese, y cuando se llega después de todo se descubre que no ha valido la pena, el día siguiente vuelve a ser igual, más valdría que saltásemos por encima de las semanas inútiles con tal de vivir una sola hora plena, un minuto fulgurante, si es que el fulgor puede durar tanto."

    -Eduardo Mendoza

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