Indeciblemente triste, increíblemente inspirado
Hace mucho tiempo no escribía. Eso es una de las pocas cosas
que creo que usted no sabía de mí, de mi necesidad de escribir. Y no lo sabe
por una buena razón.
Antes de conocerla a usted y durante muchos años me dediqué
a escribir como una necesidad casi biológica de mi ser. Y lo hacía para
desahogarme de todas esas cosas que pensaba y que sentía, pero que nunca a
nadie le decía. Eran cosas generalmente tristes, aunque en rarísimas ocasiones también
escribía sobre situaciones que me llegaban a producir una cierta alegría.
Escribía sobre el amor, pero sobre todo sobre el desamor.
En cambio, una vez la conocí, esa necesidad de escribir
desapareció. Al principio me resistía un poco, ¿sabe? De cierta forma, siempre
he estado orgulloso de mi manera de escribir. Creo que lo hago aceptablemente
bien, y sobre todo cuando estoy deprimido. Está mal que lo diga, pero creo que
tengo escritos bastante buenos que nacieron de una tristeza enorme. Entonces mi relación con usted me obligaba a racionalizar mi
tendencia a la escritura: ¿Quería de una manera un poco masoquista seguir
escribiendo, escribiendo cosas realmente buenas y que me enorgullecían pero que
me afectaban en el alma, o prefería estar simplemente feliz y cortar de raíz
con mi mayor fuente de inspiración?
Con usted preferí ser feliz. Pasaron días, meses y después
años, y no volví a escribir. Hasta hoy.
Ahora usted sabe algo de mí que antes no sabía. Y por esa
misma regla de tres, ahora sabe lo indeciblemente triste y lo increíblemente
inspirado que estoy.
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