Bola 8

Deambulaba por el cosmos en una trayectoria completamente predecible y a una velocidad constante, a cientos de años luz de cualquier masa que me amenazara con colisionar. Yo era apenas una porción de materia inerte y porosa en una galaxia fría y vacía, rodeada por un anillo de asteroides que me volvía inmune a los peligros pero que definitivamente no me protegía contra la tristeza. Me desplazaba en paz. O muerto, que es equivalente. 

Pero las distancias en la malla del espacio y el tiempo son relativas, y un minuto son dos cuadras, y dos cuadras son tres siglos. Y por esa no-razón y a pesar de las consideraciones aparentemente razonables, igual terminé colisionado. 

Me parecía que ambas masas éramos compatibles, y lo reafirmé equivocadamente cuando descubrí que nuestras almas estaban compuestas integramente de carbono. "Ambos conjuntos de átomos se sublimarán en una nueva estructura gaseosa, o terminarán reconfigurados como producto de una fusión en el frío absoluto del vacío del espacio", reflexioné. 

Pero hasta un geólogo mediocre podría haberse dado cuenta antes de que mi alma era de grafito, y la de ella de diamante. 

Y ahora, orbitando en una nueva trayectoria, despojado de toda paz, sin brújula y sin radio ¿a dónde iré a parar?


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