Porción de jueves


En la calle, cada rostro es un misterio. Barbados o muecos, en patineta y peliverdes, con los jeans rasgados o con traje y corbata. ¿Para dónde van? ¿De dónde vienen? ¿Quién los ama? ¿A quién aman? 
La idea es verlos a lo lejos, soñarlos e imaginarlos. En el preciso instante en que se revela su nombre y se escucha su tono de voz, en ese mismo segundo, inmediatamente, se pierde todo el encanto. Nunca son tan interesantes como parecen.

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Existen los índices de pobreza. El PIB. La esperanza de vida. La tasa de mortandad. La eficiencia reproductiva y el porcentaje de alfabetización. ¿Y cuánto dormimos? ¿Cuantas noches dejamos de soñar por trabajar? ¿Por cumplir?  ¿Cuantas ganas invertimos en un proyecto? ¿Cuantas esperanzas, cuanta rabia, cuanta emoción? ¿Cuánta vida se presenta allí, condensada, sujeta a evaluaciones y opiniones?

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Ella era pesada. Le pesaba en el alma, le pesaba en la mente. El peso se manifestaba en sus pasos, en su andar lento, preocupado. Se leía en su cara, en su mirada. Los que lo observaban, veían la potencia de su carga, la notaban, porque eso se nota.

Pensaba en ella cada vez que caminaba la ciudad, nunca cuando estaba en reposo. "Los pensamientos que se tienen sentado, se quedan allí, en la silla. Mueren en el mismo momento en el que quien los germina, se para y se mueve", decía.  

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Con la pupila ya muy pequeñita de tanto mirar la luz fluorescente, incluso era capaz de ver las bombillas con los ojos cerrados. Con los oídos ya muy entrenados, tenía la habilidad de escuchar como brotaba la voz de aquella chica desde todas las cajas torácicas. 



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