Bogotá, domingos y poetas (I)

Pero todo está ya dicho, pero es que todo está ya dicho, pero es que todos los poemas son poemas son poemas. La palabra poema empezaba a sonarle cremosa, untuosa, con un olor de agente activo, de Eucerit, más bien dulzón. Poema, poema, poema. Se le quedaban grumos de poema pegados al paladar, en el fondo de la encía, a donde no llegaba la punta de la lengua, espesos y biancuzcos; con una consistencia espumosa de nata.

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Esa señora gorda y más bien triste no había podido conocer nunca el frenesí. Y sin embargo una profunda convicción parecía embargarla cuando lo aseguraba, y le temblaba la barbilla. ¿Habría que creerle? Yendo más lejos: ¿es posible añorar con frenesí? No era esa la noche, no era esa. Escobar pagó, salió. Pero ya iba dejando atrás la parte populosa de la carrera Trece. ¿Por qué no había caminado rumbo al norte? ¿Pero cómo volver? Más adelante se levantaban casas cerradas de familia de un estilo vagamente holandés, acaso tirolés, colegios, prostíbulos con nombre de colegio. ¿Buenas hembras? Quizás. Pero no quería hembras. Ventanales de tiendas de motos y de carros, bancos, iglesias bizantinas, bombas de gasolina, funerarias, un parque abandonado con un busto de mármol sepultado en la hierba, tal vez de José Enrique Rodó, pensador uruguayo. ¿Y más allá? Más bancos. El bunker de concreto de la embajada norteamericana, y otros bancos, y un triángulo de pasto con una estatua ecuestre del general San Martín, Libertador de la Argentina, ciego, en bronce verde y negro, cagado de palomas, lavado por la lluvia, mirando pensativo las chimeneas de hierro, el laberinto de tuberías y caños de una fábrica de cervezas, los muros descascarados de un convento de monjas. Y por fin unas torres llenas de restaurantes, ya en el filo del centro.

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 Seguía sentada ahí, sola en el mundo, con su vaso de sangre sobre la mesa de metal desnudo. Pidió otro ron. Quería ganar tiempo, mientras pensaba qué decirle. Mi amor. No, mi amor no. ¿Bailamos? ¿Y si decía que no? Espero algún bolero bueno para bailar. Pero a lo mejor no quería bailar, o no sabía bailar, o no quería bailar con el, y se quedaría entonces parado como un bobo, con la mano estirada y sin saber qué hacer. Imaginó diversas propuestas, diversas negativas, y diversas respuestas de reserva. ¿Bailamos? No. ¿Por qué? Es un lindo bolero. ¿Bailamos? No. ¿Por qué? El baile es una aventura lúdica. ¿Una qué? Aventura. Lúdica. Una aventura lúdica. Del latín ludens, juego. ¿Bailamos, señorita? No. ¿Un trago? No. ¿Vamos a tirar, mi amor? ¿Y qué haría si a todo le decía que no?

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Escobar se sentó, bebió, se sirvió más ron, y al ver que la botella estaba a punto de acabarse dio palmadas y voces e hizo gestos para que les trajeran otra. Se sentía mareado, y tenía la impresión de haber hecho el ridículo: recitado, el poema era bastante peor que en su recuerdo: la realidad no se repite. La mentira poética otra vez. En fin, ya era tarde. Oía el fragor del bar, los boleros. Muy lejos, mas allá de muchas mesas, tan inaccesible como una isla río arriba, veía la delgada figura silenciosa de la niña morena de ojos tristes. No le veía los ojos. Ella no lo miraba.

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Tenía la confusa impresión de que las cosas no estaban sucediendo en el orden debido. Se paseaba de
un lado a otro del cuarto, en calzoncillos y zapatos, y descubría con sorpresa que había llegado a un
extremo del cuarto sin haber pasado nunca por los puntos intermedios. La realidad no coincidía con lo que debía ser la realidad.

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Soltó el agua caliente de la tina, se envolvió en toallas secas, bebió largos tragos ansiosos del chorro frío del lavamanos. Qué más hay que hacer en estos casos. Café. En dónde esconde el café Fina -los filtros, las cafeteras, los molinos de moler el café, todo el peso abrumador de la realidad. Qué lejana, qué muerta, qué enterrada estaba ya la vida fácil de su antigua soltería: las cosas a la vista, la magia instantánea del Nescafé, la taza con la huella de muchos Nescafés sucesivos, como en los malecones de los puertos va quedando la marca horizontal de las mareas.

Fragmentos de "Sin Remedio"
Antonio Caballero

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