Herida, endurecimiento epidérmico y posterior supuración I

Siempre he creído que ahogado es una manera atractiva de dejar de existir. 

Así como hay quien dice preferir una muerte rápida y sin dolor, así como el doctor Guillotin imaginó un proceso de muerte sin sufrimientos innecesarios, así como se cuenta que la eutanasia es como caer en un profundo y plácido sueño, así como quienes prefieren masticar una cápsula de cianuro antes de la tortura. Así como hay quien prefiere un tránsito veloz por el que quizás (y paradójicamente) es el momento más trascendental de la vida junto con el momento mismo del nacimiento. Así como ellos, hay quienes estarían dispuestos a palpar las sensaciones que preceden al fin de la existencia. Beber lentamente del último sedimento espeso y presumiblemente amargo de la vida. Ser y, finalmente, dejar de ser. 

La imagen de una noche llena de luz, en la que se es posible naufragar tanto en agua como en fotones. Una masa enorme de agua fría y tranquila, cristalina pero con la cualidad de un espejo, reflejando las constelaciones y los ascendentes que marcan cósmicamente el momento mismo del fin. No una hora ni un día, sino la coincidencia de estrellas y planetas son quienes registran el instante de la muerte. Absolutamente indiferentes, como el resto de los seres del planeta, a excepción tal vez de las algas y bacterias encargadas de descomponer el cuerpo. 

A falta de haberlo intentado personalmente debo creer a quienes sentenciaron que, por razones anatómicas, es imposible aguantar voluntariamente la respiración hasta morir. El cuerpo es una colección de células, tejidos y órganos que se resisten a fallar, y por esa misma razón estamos llenos de mecanismos de emergencia, espasmos y ademanes involuntarios para prolongar la existencia. Y yo tengo estos mecanismos aún sin estrenar. 

Decir que estaría dispuesto a experimentar la muerte creo entonces que no es equivalente a decir que desearía morir. 

Recientemente me he encontrado con otro set de recursos incrustados en lo más profundo de la mente. Espasmos también, pero de otra naturaleza. Si para aspirar aire el cuerpo debe recurrir a patadas subacuáticas desesperadas, si se debe apelar al movimiento independiente de los brazos con el fin de desplazar una masa de agua por debajo de la cabeza, si la tráquea finalmente se abre de manera automática para dejar circular un oxígeno, presente mas no aprovechable, pues es agua todo cuanto rodea al futuro ahogado. Si todas estas acciones corporales se activan para preservar la integridad biológica del ser, debo asumir que ese otro conjunto de acciones mentales también tiene por objeto preservar otra cierta integridad, aunque fuese de otra naturaleza. 

Buscar aprobación, por ejemplo. Buscar validación. El desespero por encontrar una justificación. Estirar el brazo de la mente en toda su longitud para alcanzar una superficie intangible a la cual asirse. Suplicar por ayuda ante alguien, ante quienquiera, ante cualquiera. Hacerlo, pero sin decidir hacerlo. No poder evitarlo aun cuando se es consciente del acto. Y por la misma razón, sentir vergüenza de necesitar una ayuda que no se quiere pedir. O peor aún, sentir vergüenza por no recibir una ayuda que se requiere y que no se quiere pedir, pero que igual se pide. Y que además se pide de manera solapada y patética.


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