Monzón
El más espeso de los aguaceros, lluvia huracanada. El aire se vuelve húmedo, las gotas se revientan una tras otra y todas al tiempo para rasgar el silencio y llenarlo. Llenarlo de algo, de una cosa muy parecida al vacío, de nada.
La lluvia es dulce, almibarada y opaca. Emborrona todo y lo vuelve difuso, dilata las luces y los reflejos. Su peso es enorme, las ramas se tuercen ante sus embates y dan la impresión de derretirse: cada gota que se desliza y cae en el suelo es un pedazo de cloroplasto, el alma de los vegetales.
No hay nadie en las calles, las casas están oscuras. Los perros no ladran, o si, que para el caso viene siendo lo mismo: igual no se escuchan. Lluvia de un minuto, lluvia eterna. Solo uno entre todos se moja, solo a él no le importa. Solo el escucha, solo él llora.
La lluvia es dulce, almibarada y opaca. Emborrona todo y lo vuelve difuso, dilata las luces y los reflejos. Su peso es enorme, las ramas se tuercen ante sus embates y dan la impresión de derretirse: cada gota que se desliza y cae en el suelo es un pedazo de cloroplasto, el alma de los vegetales.
No hay nadie en las calles, las casas están oscuras. Los perros no ladran, o si, que para el caso viene siendo lo mismo: igual no se escuchan. Lluvia de un minuto, lluvia eterna. Solo uno entre todos se moja, solo a él no le importa. Solo el escucha, solo él llora.
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