Los dueños del mundo (I)

Hay una especie de seres que destilan vida. Son raros de encontrar.

A Jacobo le encanta el Rock, pero le gusta todavía más hablar de Rock. Y además sabe mucho. Pide prestado un salón viernes de por medio, en las tardes y a las seis, y se va con sus DVDs debajo del brazo y su caminar bonachón a encontrarse con aquel que lo quiera escuchar.

Quienes lo oímos nos sentimos desbordados de energía. Su pasión es contagiosa, y, más allá de gustos musicales, encuentra una resonancia en el fondo del espíritu de los quince pelagatos que, como un rito, están esperándolo ese mismo viernes al atardecer.

Y habla, y sonríe, y responde, y repite, y tiene ganas de enseñar, y quiere mostrar esto o aquello, y busca, y recuerda, y encuentra las más extrañas serendipias.

No cobra un solo peso. Lo hace por puro placer melómano.
A Jacobo le sobra vida para compartirla.



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