Zona de impacto

Un hombre y una radio a mil doscientos decibelios derramando locura y alegría sobre las panaderías escondidas donde solo venden empanada y té.


Cuando llegan las horas de la tarde
que me encuentro tan solo y muy lejos de ti 
me provoca volvé a los guayabales 
de aquellos sabanales donde te conocí. 


Calles sin nombre. Olor a lluvia y a grava, telas verdes al viento y luces tenues. Casas de otros tiempos y dos brotes de hojas en el techo, teatros abandonados y recuperados, baldosas blancas y buses rojos.


Mis recuerdos son aquellos paisajes 
y los estoy pintado exactos como son. 
Ya pinté aquel árbol del patio 
que es donde tú reposas cuando calienta el sol. 


Cuando tolerancia y miedo son sinónimos, palabras indisolubles, caen bombas en la ciudad. Se rompen los tejados y los andenes, solo los niños no las oyen con sus gritos de piedras, papeles y tijeras.

Vivo aquí pintando el paisaje sabanero 
porque allí es donde están todos mis recuerdos. 


Vení, corazón vení. 
Vení, más cerca de mí. 

Ya paso el tsunami sonoro, y otra vez estamos en silencio bajo la luna. Y no dejo de tararear, no soy capaz de dejar de pensar en el rumbero más pobre y más veloz que nunca conocí.

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