Daniela (III)
En
una ocasión tuve la suerte de estar con ella a solas. Llovía de nuevo, como
siempre que se trata de Daniela, y un bosque de bambúes y guaduas se mecía ante
nosotros, tiritando emparamado. Entonces siento el impulso, la necesidad
imperiosa y apremiante de hablarle, de escuchar su voz, de que me mirara, de
que no me tomara por un tímido y tonto (que soy tímido y tonto) y de rasgar el
silencio del momento. Así que en un instante de coraje y lucidez hice la única
pregunta que se me ocurrió:
¿Qué haces?
Comentarios
Publicar un comentario