Laura y el multiverso 2
Durante un tiempo trabajé haciendo horas extra para un proyecto académico al cual había sido invitado por mí entonces jefe. Horas extra sin paga. O no una económica, por lo menos.
Debía presentarme cada sábado muy temprano en la mañana y dibujar, en compañía de otros recién graduados, paisajes costeros llenos de huertas urbanas y pérgolas de madera. Todo mientras escuchábamos música electro-tropical y desayunábamos pandebono con Pony Malta. Si alguien preguntaba, aparentaba fastidio por tener que madrugar en un día que no estaba diseñado para tal fin.
Pero la verdad es que no me molestaba en lo absoluto.
Solía tomar el bus naranja, ese vehículo inconstante que nunca llegaba ni llegó jamás a tiempo a ningún lado. Y para cuando lograba abordarlo nunca habían sillas disponibles, pero siempre había un espacio libre cerca a la puerta de salida. Y allí me disponía, de espaldas al mundo, a contar una a una las calles que me separaban de esa casa vieja y readecuada que era la oficina en la que solíamos trabajar.
Y entonces, en uno de los tantos paraderos, y de entre todos los potenciales pasajeros del mundo, Laura se subió.
¡Hola, Laura!
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