EPÍLOGO, O EL ARTE DE NO SABER DECIR ADIÓS (V)

6.

Los chinos inventaron un juego llamado “Go”. Es antiquísimo y a lo largo de la historia ha obsesionado a pensadores tan ilustres como el mismísimo Confucio. Lo usual es que se desarrolle en un tablero constituido por una grilla de diecinueve por diecinueve espacios y con fichas similares a unas lentejas gordas negras o blancas. Dicen los entendidos que, si se tratasen de calcular todos los posibles movimientos permitidos en una partida, el resultado sería de 6,7 X 10^152. Ni siquiera estoy seguro de como se escribiría en letras este número, y, para ponerla en contexto, sería un número mayor (y por bastantes órdenes de magnitud) al que se estima para el total de átomos en el universo observable.

Para el primer movimiento, habría 361 espacios posibles en el cual ubicar una ficha. El siguiente movimiento tendría ahora “solo” 360 espacios disponibles, mientras que el tercero, 359. Es decir, para que el cuarto movimiento se repitiera en dos partidas diferentes, las posibilidades serían de aproximadamente 2,14 x 10^-8. Es más probable ganar la lotería que repetir la misma secuencia de cinco movimientos (equivalente a más o menos el 0.01% del desarrollo más largo posible de una partida de “Go” de trescientos sesenta y un turnos) en dos partidas independientes. Cada movimiento abre un árbol de alternativas, del cual (y a su vez) cada ramificación se desprende otro árbol semejante.

En la práctica, es menos problemático considerar simplemente que es imposible que dos juegos de “Go” sean idénticos. Y a esta conclusión tal vez podríamos haber llegado de manera intuitiva sin necesidad de desgastarnos en aburridos cálculos matemáticos.

Quien entiende esto, aunque sea solo conceptualmente, también entiende más fácilmente por qué es que a veces coincidimos. O, más importante aún, por qué es que de manera frecuente e irremediable solemos dejar de coincidir.




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