Amapola




Me sobrestimaste. Si me hubieras conocido del todo, no habrías perdido tu tiempo conmigo. De hecho, yo tampoco lo hubiera perdido contigo. 


Siempre quisiste saber en qué pensaba. Cuando decías algo y me veías con la mirada perdida, inquirías: ¿qué piensas? Porque el malentendido siempre fue el mismo, te formaste de mí la idea de un tipo profundo, callado y misterioso, envuelto en tinieblas, escondiendo algo quizá muy valioso. O la idea de un ser lleno de historias que nunca nadie ha escuchado, querías ser tú la primera en oírlas.

La verdad es mucho más sencilla. No pensaba en nada. No tenía historias, no era profundo, no tenía nada valioso. Pero mi silencio tiende a ser ambiguo, confunde. Y ahora no dejo de preguntarme, ¿Que habrías hecho de haber sabido la verdad antes? 

De niño jugué con muchas lagartijas, siempre ejercieron sobre mí una gran fascinación. Las veía asomarse en las grietas de las paredes, o caminando por el revés del cristal de una ventana con sus patitas pegajosas, sus panzas amarillas y sus ojos negros. A veces cantaban como pájaros y me desvelaban en las noches, a veces solo se quedaban como yo, quietas.

Entro fácilmente en las generalizaciones que haces siempre. "que se pudran", "los odio", "jodanse", "el mundo está lleno de basura", "me cago en todos". Nunca fui capaz de abstraerme de estos conjuntos. Y ahora sonríes en tu canoa de madera, con un brazo coloreado y con un parche en el ojo. Incluso te oigo diciéndoles a tus marineritos: "Arr, todos a cubierta. Vamos a tomar ron y a follar hasta encallar." 

Y mira tú, ya no me dedicas palabras, no me escribes cartas ni te asomas por las esquinas de la ciudad a verme. Ahora solo te veo a la distancia, a través del tiempo, en fotos que tomaste hace meses con una cámara estenopeica. 



Porque en el fondo sé que soy la cola mutilada una salamandra, como esas que me hipnotizaban de niño. 

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