Relación de costo-beneficio

No se puede vivir de felicidades alquiladas. 

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Te levantas con una sonrisa. Te imaginas lo que se viene, algo grande. Haces planes. Se te ocurren mil razones para trabajar, mil motivos que hacen que vivir otro día valga la pena. A lo mejor, el amor de tu vida. A lo mejor, bailes descalzos en el pasto. A lo mejor muchos abrazos.

La alegría que te inunda no está fundamentada en nada que te ha ocurrido, sino en la posibilidad de que algo ocurrirá. Es una alegría prestada, tuya a medias. Pero basta solo media felicidad para reír, para derrochar sonrisas, para creer que esta será eterna y que no va a terminar jamás. 

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Los días transcurren pesados, uno tras otro, con parsimonia, acercándose poco a poco a ese momento señalado, el instante más ansiado. Un instante que se carga a reventar de historias que pueden ser, que transformaran positivamente el rumbo de una vida. Día, noche. Día, noche.  

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A veces, el evento puede requerir cierta logística que asegure o afinque aún más las probabilidades de un final feliz. No tienes ningún problema con los preparativos, los sacrificios. La recompensa justificara cualquier esfuerzo, piensas. Y trabajas. Y estudias. Y ensayas. Entrenas.

Reunir valentía y energía suficiente para poner en marcha toda la maquinaria que, después de una cadena sincronizada y precisa de eventos, desembocara en esa felicidad prometida, es una tarea titánica. Recuerdas los nervios que anteceden. La ansiedad que procede. Una sensación un poco como de incapacidad, de inseguridad. Miedo, mucho miedo. Al rechazo, a la decepción, a ser ignorado.

Y en una acción temeraria, evidentemente irracional y netamente visceral, saltas al vacío. Y en la caída, a una velocidad de vértigo, no logras distinguir las señales de alerta.

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El día después es tal vez el más duro. El cuerpo entero, como la piel ante una irritación, se vuelve hipersensible. Cada uno de los órganos percibe con mayor nitidez cualquier estimulo, y hasta las gotas de lluvia pueden llegar a lastimar. La cabeza estalla ante los sonidos más sutiles. Es el momento ideal de correr, no para llegar a ninguna parte, sino solo por correr, correr, correr.

El mundo, sin el velo anestésico de la felicidad, es mucho más crudo de lo que parecía. Más duro, chocantemente contrastante, radical y poco sumiso. 

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Estas en deuda. Toda la felicidad que gastaste en días pasados se te reclama, existe un déficit que debes compensar. La melancolía es un precio justo, el universo es severamente imparcial. Es necesario reestablecer el equilibrio.

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Otra vez eres libre. Purgado. ¿Cuánto tiempo hará falta para volverte a intoxicar?


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