Tristeza perfecta
Existe en el mundo un ser que esta vacío. Se llena a veces,
claro esta. Se llena fácil. Pero con esa misma facilidad se vacía. El fuego que hay
en su interior es voraz, su hambre es brutal. No está claro cuál es la ventaja
práctica de un fuego de esas cualidades, ámbar, tostado, eléctrico, casi
sobrenatural. Un fuego que quema, que incendia y es capaz de derretir una
pupila, siempre y cuando esta se atreva a mirarlo de frente y a los ojos, hasta
el fondo, hasta que duela.
Un fuego que no es evidente, que esta semi oculto tras un
velo de piel y huesos, unas cuantas libras de piel. Una caverna oscura y
profunda, húmeda, recóndita y laberíntica marca el sendero que llega a ese
corazón cobarde, asustadizo y adolorido. Un fuego que, a pesar de fuego, es
casi húmedo.
…
El ser aún se pregunta muchas cosas y reflexiona (este ser es un ser muy reflexivo): ¿Por qué se cae el pelo? ¿Para qué son las uñas?
¿Para qué me sirve este fuego?
A pesar de su cualidad aparentemente atípica y única, sus
anhelos son típicos y comunes. Quiere dar paseos de vez en cuando, mojarse,
conocer el mundo y poder desayunar a la hora del desayuno; dormir hasta tarde,
tener amigos, y encontrar a otro ser con quien compartir todo, pero fundamentalmente nada.
Y no es capaz de explicarse su imposibilidad de conseguir nada de lo que
anhela.
…
Ese fuego, además de radiante, es vanidoso y orgulloso. Es
el fuego más bello del mundo, sobre todo en noches en que se ilumina de mil y
un colores de neón, brillos solares y chispas sonoras. Por eso no se muestra,
no se entrega como es ni desnudo ante cualquiera. Se considera valioso y difícil de
encontrar. Tiene, según como se mire, o el temor de ser infravalorado o la
esperanza de ser verdaderamente apreciado, de hallar otro fuego afín que lo
armonice y lo potencie.
“Algún día”, piensa, buscando un motivo para no apagarse un día
cualquiera, un día de estos.
…
En las tardes nubladas, el ser suele verter leche en el café
para ver a ambas sustancias mezclarse. Eso lo calma. Lo tranquiliza. Es la única manera que encontró
para representar visualmente ese fenómeno raro que nunca llego a ver con sus
propios ojos y que ocurría dentro de su corazón, precisamente en esas tardes
nubladas; La mezcla de la alegría y la felicidad.
Siente ante todo frustración. Sabe, es consciente de que la
chica no tiene la culpa. Es solo que el creyó (una vez más) en esa conexión cósmica
entre seres de la que le hablaban cuando niño y que nunca ha podido terminar ni
de tocar ni de comprender.
De manera retrospectiva todo es mucho más claro. Es más fácil
darse cuente de todos sus errores, aunque sabe que conocerlos no lo exime de
volverlos a cometer en el muy corto plazo. Suspira. Se resigna.
“Algún día”, piensa, buscando un pretexto para no
morirse un día cualquiera, un día de estos.
…
El fuego llora y moja, el ser alumbra y quema. Ambos son uno
y juntos ninguno; expertos en despedidas y en cirugías de cicatrización.
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