Tristeza perfecta


Existe en el mundo un ser que esta vacío. Se llena a veces, claro esta. Se llena fácil. Pero con esa misma facilidad se vacía. El fuego que hay en su interior es voraz, su hambre es brutal. No está claro cuál es la ventaja práctica de un fuego de esas cualidades, ámbar, tostado, eléctrico, casi sobrenatural. Un fuego que quema, que incendia y es capaz de derretir una pupila, siempre y cuando esta se atreva a mirarlo de frente y a los ojos, hasta el fondo, hasta que duela.

Un fuego que no es evidente, que esta semi oculto tras un velo de piel y huesos, unas cuantas libras de piel. Una caverna oscura y profunda, húmeda, recóndita y laberíntica marca el sendero que llega a ese corazón cobarde, asustadizo y adolorido. Un fuego que, a pesar de fuego, es casi húmedo.


El ser aún se pregunta muchas cosas y reflexiona (este ser es un ser muy reflexivo): ¿Por qué se cae el pelo? ¿Para qué son las uñas? ¿Para qué me sirve este fuego?

A pesar de su cualidad aparentemente atípica y única, sus anhelos son típicos y comunes. Quiere dar paseos de vez en cuando, mojarse, conocer el mundo y poder desayunar a la hora del desayuno; dormir hasta tarde, tener amigos, y encontrar a otro ser con quien compartir todo, pero fundamentalmente nada. Y no es capaz de explicarse su imposibilidad de conseguir nada de lo que anhela.


Ese fuego, además de radiante, es vanidoso y orgulloso. Es el fuego más bello del mundo, sobre todo en noches en que se ilumina de mil y un colores de neón, brillos solares y chispas sonoras. Por eso no se muestra, no se entrega como es ni desnudo ante cualquiera. Se considera valioso y difícil de encontrar. Tiene, según como se mire, o el temor de ser infravalorado o la esperanza de ser verdaderamente apreciado, de hallar otro fuego afín que lo armonice y lo potencie.

“Algún día”, piensa, buscando un motivo para no apagarse un día cualquiera, un día de estos.


En las tardes nubladas, el ser suele verter leche en el café para ver a ambas sustancias mezclarse. Eso lo calma. Lo tranquiliza. Es la única manera que encontró para representar visualmente ese fenómeno raro que nunca llego a ver con sus propios ojos y que ocurría dentro de su corazón, precisamente en esas tardes nubladas; La mezcla de la alegría y la felicidad.

Siente ante todo frustración. Sabe, es consciente de que la chica no tiene la culpa. Es solo que el creyó (una vez más) en esa conexión cósmica entre seres de la que le hablaban cuando niño y que nunca ha podido terminar ni de tocar ni de comprender.

De manera retrospectiva todo es mucho más claro. Es más fácil darse cuente de todos sus errores, aunque sabe que conocerlos no lo exime de volverlos a cometer en el muy corto plazo. Suspira. Se resigna.

“Algún día”, piensa, buscando un pretexto para no morirse un día cualquiera, un día de estos.



El fuego llora y moja, el ser alumbra y quema. Ambos son uno y juntos ninguno; expertos en despedidas y en cirugías de cicatrización.


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