Una de las noches en que no me suicidé

Te escribo una carta a ti, que eres todas. No es la primera carta, como también se que no será la última. Una de tantas que no te entregaré jamás, y que son el resultado a partes iguales de mi terquedad insalvable, mi timidez y mi orgullo desmedido. Y si, hay cartas que son necesaria y específicamente para alguien en particular, aunque nunca las lean.

Escribirte cartas es un acto mas egoísta de lo que puede parecer. Me parece que lo hago más como una necesidad interna que como un acto realmente comunicativo. En verdad lo hago para sentirme bien. Liberarme después de vomitarte un par de frases, o vomitarte a ti, que eres una resaca viva. No eres una enfermedad en el sentido estricto de la palabra, si me comprendes. No eres algo que se cure. En el mejor de los casos y después de una sesión de desintoxicación (como esta, ya lo habrás adivinado), lograré conciliar el sueño aceptablemente bien. Y sin sueños.

Cuando te escribo, no estoy convencido de a que parte de ti le remito el mensaje: A la chica que recuerdo o la mujer que invento. Eres un delirio hibrido, un espejismo innecesariamente saturado de color. Te conozco de hace diez vidas, ya te identifico; la amiga de Pandora, la de mirada pétrea, la chica que todas las mañanas y por toda la eternidad se come mi hígado vivo.

No pido que vuelvas, porque no tiene ningún sentido. Eres un boomerang, eres inevitable.
No pido que te vayas tampoco, evidentemente.

Hola y adiós. Espero esta noche dormir mejor.



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