Epílogo, o el arte de no saber decir adiós (I)


1.

“Y si estuviera en la pausa y no en el silbido el significado del mensaje? ¿Si los mirlos se hablaran en el silencio? Un silencio en apariencia igual a otro silencio podría expresar cien intenciones diversas; también un silbido, por lo demás; hablarse callando, o silbando, es siempre posible: el problema es entenderse”.

-Palomar, Ítalo Calvino




2.

Buenas.

Así comienza cada interlocución de Diana Uribe. Cada una, y eso que lleva más de 25 años haciendo programas radiales (si, lo busqué en Google. Me estoy volviendo experto en eso. Pero divago).

Buenas.

Tengo la impresión de que ha pasado mucho más tiempo del que en realidad ha pasado. Y a veces tengo la impresión opuesta. Es que últimamente el tiempo me parece más un chicle que una magnitud propia de la física. Siento como si mañana me fuera a despertar ayer, y hace un mes fuera el futuro. No estoy seguro de explicarme.

He descubierto que me estoy transformando lenta y progresivamente en un péndulo, en un ser binario según la incidencia de la luz del sol. Por las mañanas y durante la mayor parte del día, con la mente ocupada, transcurro en una aparente tranquilidad que puede ser, según quien, hasta envidiable. Pero he aprendido a identificar dos momentos en los que, por el contrario, no transcurro. O transcurro en lo más opuesto en el mundo a la tranquilidad. Y es cuando lavo la loza, y cuando me acuesto en las noches (aunque eso es un eufemismo. En realidad, pocas veces me acuesto en las noches ya. Sería más preciso decir que me acuesto en las mañanas, en todo caso).

Porque es entonces que me pongo a pensar.



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