Epílogo, o el arte de no saber decir adiós (III)

4.

Cuando estoy intranquilo suelo pensar en todas las cosas que me gustaría decir, pienso en todas las cosas que hice, en las que hago y en las que he hecho y que seguramente haría de manera diferente de tener nuevamente la oportunidad. Y pienso incluso a pesar de mí mismo en que, de tener la posibilidad de elegir, elegiría no pensar. Pero me es inevitable pensar, y aun mas recordar, por desgracia. Aun no se ha inventado la pastilla para no soñar a pesar de nuestro interés compartido, el mío y el de Joaquín.

Me sorprendo muchas veces a mí mismo pensando en tantos momentos que, puestos a evaluar, son el tipo de momentos que usualmente no son el mejor material para la construcción de memorias. En vez de recordar lo único, me suelo acordar de lo corriente.

Me acuerdo de ir a comprar arepas, por ejemplo. Me acuerdo de esperar por eones, apenas equiparables con el nacimiento, vida y extinción de los dinosaurios, a que pasara un bus color zanahoria atómica. Me acuerdo de las gelatinas en vasos plásticos, de los tambores hechos de baldes vacíos de pintura, de las placas de los carros, de una pecera sucia, del sonido del citófono anunciando visitas. Me acuerdo de las iguanas que madrugaban a desayunar sol, de las emisoras con nombres monosílabos, de los jardines sembrados de mango maduro, de guacamayas veraniegas y de agarrarle la cola al gato.

Y entonces tengo ganas de escribir, y de llorar, y de que sea mañana (que no necesariamente es la continuación cronológica del hoy, como le decía antes) y de volver a ocuparme para poder distraerme. Y en medio de la asfixia que me provocan tantas sensaciones, trato de consolarme diciendo que todo es parte de un proceso inevitable de deconstrucción, construcción y reconstrucción interno. Que más tarde que temprano y una por una van a empezar a menguar las memorias, que eventualmente conviviré con los recuerdos de la misma manera en la que convivo cada día con el cerro de Monserrate. Y que lo haré precisamente porque el ejercicio del pensamiento ya se habrá acostumbrado lo suficiente a recordar, a repasar constantemente una a una las heridas y a cicatrizar con una gruesa capa de callo mental: Una acumulación benigna de queratina cerebral.

Pero, así como recuerdo cosas que antes eran, también a veces descubro cosas que ahora son. Recuerdo los primeros días en los que todavía miraba un poco compulsiva e inconscientemente la pantalla del celular. Cuando descubrí que en realidad estaba esperando unos buenos días que no iban a llegar más. O Cuando descubrí que ahora la batería me duraba mucho más, y que ya no volvería a necesitar traer conmigo todo el tiempo mi cargador de cinco voltios por miedo a quedarme sin sus mensajes.



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