Fungicida

Me quede esperándote, parado en el anden del que pudo ser mi tren. Se fue, que se le va a hacer.

...
Le acercaron un pocillo con ese líquido aromático que tanto le recordaba a su madrina. Un liquido amarillento y frio, viscoso y sin sabor,- como una taza de saliva - pensó para sus adentros. Pero el, tan educado el, se lo tomo todo para recordar como se sentía que el líquido le bajara por el esófago: de una manera absolutamente desagradable.
-¿Otra taza? 
(-Propano, dimetirimol, etirimol, bupirimato...-)
-¿Algo de comer?  
-No, gracias.

Ya hacia más de un año que había decidido abandonar su antigua vida ordinariamente feliz, ordinariamente triste. Había decidido que si tenia que sentir, sentiría con fuerza y con rabia,  iba a sentir con potencia, a sentir de verdad, para bien o para mal. Y esa tarde lluviosa se sentía poderosamente mal.
(-Solo soy capaz de distinguir dos clases de momentos, de tiempos. Nada de horas, minutos y segundos. Para mí, el tiempo se divide en ausencia y en presencia.-)

El chico estaba nervioso, pero sabía muy bien como canalizar esa efervescencia de manera que siempre parecía estar sobrio. Un poco tenso, pero sobrio. Su estrategia era mover su cuerpo en los puntos en que era invisible: Encogía los dedos de los pies dentro del zapato, se rascaba la pierna con la mano en el bolsillo, jugueteaba con la lengua dentro de su boca... Era fino y muy elegante.
-Bueno, la verdad es que si quisiera comer.
-¿Galletas?
-Al mundo.





Hay días en que nos sentimos más grandes, con la espalda más erguida, la sonrisa más amplia y los ojos más abiertos.

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