Hombre salmón

Su mano,
otra vez herida.
Siempre estaba herida.
Curaba rápido,
tal vez un poco más rápido de lo normal,
pero aun así,
no tenía la habilidad de eliminar las cicatrices de sus llagas.
Lo que él hacía no era masoquismo.
Le daba comida al dolor,
pero no por el placer de sufrir,
sino por la satisfacción de sanarse.
Nunca se preocupaba en lo absoluto.
Si le dolía,
si se infectaba,
si se pudría.
No le importaba en lo absoluto.
...
Solo tenía una certeza en su vida,
fruto de los largos monólogos interiores que sostenía consigo mismo durante sus solitarios días,
antes de caer profundamente dormido.
Lo único que tenia,
que lo ahogaba,
lo único que le sobraba era tiempo.
...
Dormía de día para no soportar las molestias de la vida ajena,
pues esos monos lo sofocaban,
como si le sorbieran el aire.
Pero lo que en verdad más le molestaba de LOS OTROS era el ruido.
El ruido era su peor tortura.
Cuando soñaba,
las pocas veces que lo hacía,
tenía horribles pesadillas con estruendos,
explosiones,
alborotos o,
peor aún,
voces de hombres.
...
A pesar de sus intentos de desaparecer,
los monos lo encontraban.
Ellos tenían un talento,
el don de la inoportunidad.
Y,
entre más se quería alejar,
más atraía a las bestias,
y con ellas,
a pulgas y pestes.
...
Finalmente optó por volverse confidente de la luna.
Siempre oyó con atento y genuino interés los secretos de su luna.
Y lo único que alguna vez le dijo,
su única petición a su amante celeste,
surgió como un espasmo involuntario,
del que se arrepintió una vez pronunciado:
-"Quiero que brilles solo para mí."
Y decían que era amor la soledad que compartían.
¿Quién sabe?
Tal vez tenían razón.
Puede que fuera amor la soledad que compartían.
...
Basta con verlo a la cara,
mirarlo a los ojos.
Inmediatamente se percibe un dejo de aburrimiento,
o de conformismo,
o de soledad,
o de tristeza.
A veces de todas ellas juntas,
o a veces de ninguna.
Pero sus labios entornan una leve sonrisa,
como de picardía.
...
Una noche sin luna tuvo un pensamiento,
una idea sublime:
Quería ser un salmón.
...
Muchas veces se preguntó si era feliz.
Termino por resignarse a un sí,
pues le parecía insensato considerarse una persona infeliz.
Además,
nunca había llorado.
...
Asumió la casualidad como regla,
como dios.
Aceptaba pasivamente lo que su dios no ordenaba.
Lo que no tenía lógica,
e incluso lo que si la tenia,
era un mandato divino.
No tenia caso meditar o reflexionar sobre nada,
nada era digno de atención.
Tampoco nunca proyectaba o suponía nada,
nada que supusiera una decepción.
Al fin y al cabo,
el caos se ocuparía de un tema tan trivial e insustancial como lo era su vida.
...
Creyó haber alcanzado el cielo cuando aprendió a dejar de oír.
Descubrió que vivía en el infierno cuando descubrió un ruido que no calla,
su ruido mental,
ese que no calla nunca,
ese que nos domina constantemente y nos hace creer que solo somos eso,
MENTE.
...
La revelación llego sin que lo advirtiera,
anidó en su alma y un día surgió.
-Sufrir sin quejarse es la única lección que debemos aprender en esta vida.-
Nunca la cuestionó,
era mucho más sencillo aceptarla y ya.
...
Nadie lloró ni se lamentó.
Muchos comentaron la noticia,
cuando encontraron a un hombre ahogado y desnudo en el fondo de una piscina.
Los periódicos,
alardeando de un mordaz sentido del humor,
titularon la noticia:
"La tumba acuática del hombre-salmón."

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