Ese día


Un día,
de esos en los que la luz del sol es fría y pálida,
se encontraron los dos.
El tenía puesta una capucha,
recostado bajo un frondoso árbol,
los ojos cerrados,
entonando una canción en una armónica de regular calidad.
Tonada de prisionero:
Le falta esperanza y le sobra soledad.

Ella pasaba por el camino,
rumbo a no sé dónde;
Aunque todos los días salía muy temprano,
siempre llegaba muy tarde.
No pensaba en nada,
pero no tenía la mente en blanco.
En ella,
el color que representaba el vacio era el rojo.
Y cuando las notas de la armónica inundaron su cabeza,
el mar de sangre escarlata,
como de rubíes líquidos,
se revolvió y se enturbio,
como con miedo.

Solo entonces supo que,
aunque tarde,
había llegado a su destino.

-¡Que triste!
Le dijo al muchacho.
-Hum.
(después de un largo suspiro)
-Pero que linda.

Toda la tarde estuvo ella oyéndolo silbar en su armónica,
pensando en agujeros negros y en peras agusanadas.
No le hacía falta el rojo.
Desapareció por horas,
¿minutos, tal vez?
De cualquier manera,
volvió.
E irrumpió en su ensueño como un maremoto,
y los gusanos de las peras se ahogaron,
y a los agujeros negros los colorearon como con un crayón escarlata.
Y todo volvió a la calma,
a la eterna calma.
Ni una onda en la superficie.

-¿A dónde vas?
-A dormir. O a trabajar. No lo he decidido aún. Que estés bien.
Y se fue.

Nunca se citaron,
pero ambos sabían que se verían durante mucho tiempo,
en el mismo árbol,
cuando ya se les hubiera hecho tarde.
Y nunca más volvieron a hablar.
A veces ni se miraban.
Solo se sentaban,
él a tocar,
ella a escuchar.

Un día,
la muchacha no lo encontró.
En vez de él,
había una nota en un pedazo de pentagrama.
Y las palabras tenían ritmo,
eran musicales.
leerlas era cantar.
Y la muchacha cantó:

“Me mude de árbol,
a uno un poquito más triste,
un poquito más seco,
un poquito más como yo.”

Y Daniela,
que así se llamaba la muchacha,
se consiguió un novio,
un perro y un par de amigos músicos.
Nunca volvió al árbol.

Y Luis,
que así se llamaba el muchacho,
murió sin dolor cuando un viejo árbol,
sin fuerzas ya en las raíces,
le cayó encima.
Fue un día de esos,
en los que la luz del sol es fría y pálida.

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