Cartagena (III): Hombre al agua

Otro castillo de naipes cae, y con este ya son dos mil fortalezas de papel que se me derrumban. Y la implosión solo me provoca una sonrisa que es irónica y que es sobre todo sardónica, como la de alguien que sabe de antemano el evidente y predecible resultado: la sonrisa más triste que nunca existió.

A estas alturas soy consciente de que no puedo hacerme mala sangre. Poco a poco la costumbre a caer alivia un dolor que, aunque siempre igual de penetrante, cada vez es más tolerable.



Comentarios