NOONE

La encontró y la primera imagen con la que la asoció fue con la de un filamento de tungsteno encendido.

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Para cuando descubrió que llovía cada vez que a ella le dolía la cabeza, decidió cargar en la maleta con pastillas de acetaminofén en la mochila en vez de con sombrillas. Era una época extraña. Para ese entonces, los granizados de mil frutas con leche condensada no tenían mucha lógica formal ni conceptual a pesar de su buen sabor.

Era cobarde y le tenia mucho miedo a los espacios cerrados, a que lo enterraran vivo y a las multitudes de personas. Temores que, sin embargo, eran hábilmente escondidos detrás de silencios ambiguos y mucho estoicismo. No podía mentir y no podía decir la verdad.

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Decía su epitafio, el día de su entierro.

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