Pasos
Caminar abre la mente y los poros, los ojos y los corazones.
Caminar no es tránsito, no es desplazamiento lineal. No es cansancio y no es
sudor. Es percibir los olores, cabecear las hojas bajas de los árboles, saltar
de bolardo en bolardo mientras se tararea una canción. Es contar las ventanas
iluminadas de un edificio, es inventarse los nombres de los arbustos, es
saborear el viento y parpadear muy rápido. Es agitación de pulmones, contracción
de músculos, frio en las manos.
Caminar es kinestésico. Es palpar los
muros de concreto, las pilas de arena, las rejas de acero oxidable, las rocas
planas. Es reconocer la inmensidad del cielo bajo el efecto de la adrenalina
por ser atropellado, es cruzar miradas con eventuales desconocidos. Es conocer
desconocidos. Es monologar, filosofar, reflexionar, lagrimear. Es entender la geometría
dentro del caos, encontrar una tienda en un callejón solitario, escuchar las
serenatas ajenas. Caminar implica liberación, caminar significa celebrar la
posibilidad de caminar.
Caminar es una avalancha indistinta de
sensaciones y pensamientos, es abandonarse a la marea, flotar a ras de suelo.
Es la actitud radical de desconocerse progresivamente más a sí mismo, de
desconectar cables, enchufes, nervios y neuronas. Caminar es esperar, aunque no
sea siempre de manera consciente. Es disposición a sorprenderse, a encontrar lo
que nunca se ha perdido ni buscado, a chocar, a colapsar, a huir, a mojarse
bajo la lluvia, a insolarse, a que se resequen los ojos o se resquebrajen los
labios. Es divagar, es soñar. Caminar es patear las latas de gaseosa, esquivar
las ramas, pisar grietas. Caminar es, sobre todo, tropezar.
El camino no existe si no se camina. Su génesis
es en cuanto el caminante camina. Antes de esto solo es un vacío insípido, un
espacio añorante, nostálgico, irrelevante.
Caminar es reconocer la inevitabilidad de
ser, de existir.
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