La condena
Si afrontaba las consecuencias, debía de hacerse cargo de tres palmadas y un litro de bromuro disuelto en la leche. Pero nunca fue buena inversión afrontar las consecuencias. Además, ser cobarde era barato.
La condena acumulada era un ingrato futuro de noches sin besos ni abrazos, retazos de colcha y almohadas rellenas de viruta de lápiz de color. Sin derecho a abogados ni llamadas pero con la posibilidad de soplar una armónica de manera empírica. Sin últimas cenas y sin desayunos. Un cigarro a la semana y un fósforo mojado.
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