"Si caminamos todas las escaleras de Valparaiso, habremos dado la vuelta al mundo."


"Porque lo extraño de aquel jardín salvaje era que por designio o por descuido había solamente amapolas. Las otras plantas se habían retirado del sombrío recinto. Las había grandes y blancas como palomas, escarlatas como gotas de sangre, moradas y negras, como viudas olvidadas. Yo nunca había visto tanta inmensidad de amapolas y nunca más las he vuelto a ver. Aunque las miraba con mucho respeto, con cierto supersticioso temor que solo ellas infunden entre todas las flores. No dejaba de cortar de cuando en cuando alguna cuyo tallo quebrado dejaba una lecha áspera en mis manos y una ráfaga de perfume inhumano. Luego acariciaba y guardaba en un libro los pétalos de seda suntuosos. Eran para mi alas de grandes mariposas que no sabían volar."

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"Ritualmente vestido de negro desde muy jovencito, como se visten los verdaderos poetas del siglo pasado, tenía una vaga impresión de no estar tan mal de aspecto. Pero, en vez de acercarme a las muchachas, a sabiendas de que tartamudearía o enrojecería delante de ellas, prefería pasarles de perfil y alejarme mostrando un desinterés que estaba muy lejos de sentir. Todas eran un gran misterio para mí. Yo hubiera querido morir abrasado en esa hoguera secreta, ahogarme en ese pozo de enigmática profundidad. Pero no me atrevía a tirarme al fuego o al agua. Y como no encontraba a nadie que me diera un empujón, pasaba por las orillas de la fascinación, sin mirar siquiera, y mucho menos sonreír."

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"Era más de media noche. Antes de acostarme abrí las ventanas de mi cuarto. El cielo me deslumbro. Todo el cielo vivía poblado por una multitud pululante de estrellas. La noche estaba recién lavada y las estrellas antárticas se desplegaban sobre mi cabeza."

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"...Y un poco más allá se paseaba en su jaula una pantera negra, aun olorosa a la selva de donde vino. Era un fragmento curioso de la noche estrellada, una cinta magnética que se agitaba sin cesar, un volcán negro y elástico que quería arrasar el mundo, un dinamo de fuerza pura que ondulaba; y dos ojos amarillos, certeros como puñales, que interrogaban con su fuego, que no comprendían ni la prisión ni al género humano."

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"...Y de ese modo, con tristeza, alegría y mangosta, dejamos la isla de Ceilán, rumbo a otro mundo desconocido."

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"Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva su frescura subterránea. Vivía y escribía en mi casa. Mi poesía americana, con otros horizontes y llanuras lo impresiono y lo fue cambiando. Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuan impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba a las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras."

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"Se hizo un rito esa invitación. Cada noche Garfias era acogido por el tabernero, solitario como él, sin mujer y sin familia. Poco a poco sus lenguas se desataron. Garfias le contaba toda la guerra de España, con interjecciones, con juramentos, con imprecaciones muy andaluzas. El tabernero lo escuchaba en religioso silencio sin entender naturalmente una sola palabra.

A su vez, el escocés comenzó a contar sus desventuras, probablemente la historia de su mujer que lo abandonó, probablemente las hazañas de sus hijos cuyos retratos de uniforme militar adornaban la chimenea. Digo probablemente porque, durante los largos meses que duraron estas extrañas conversaciones, Garfias tampoco entendió una palabra.

Sin embargo, la amistad de los dos hombres solitarios y en su idioma, inaccesible para el otro, se fue acrecentando y el verse cada noche y hablarse hasta el amanecer se convirtió en una necesidad para ambos.

Cuando Garfias debió partir para México se despidieron bebiendo y hablando, abrazándose y llorando. La emoción que los unía tan profundamente era la separación de sus soledades.

-Pedro -le dije muchas veces al poeta-, ¿qué crees tú que te contaba?
-Nunca entendí una palabra, Pablo, pero cuando lo escuchaba tuve siempre la sensación, la certeza de comprenderlo. Y cuando yo hablaba, estaba seguro de que él también me comprendía a mí."

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-Fragmentos de "Confieso que he vivido"
Pablo Neruda

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